Artes poéticas españolas

Artes poéticas españolas

von: Varios Autores, Cristóbal de Castillejo, Enrique de Villena, Félix Lope de Vega, Juan de la Cueva, Juan de la Encina

Linkgua, 2010

ISBN: 9788498971248 , 152 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 2,99 EUR

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Artes poéticas españolas


 

Enrique de villena (Cuenca, 1384-1434)
Libro de la ciencia Gaya


[La arte del trovar se llamaba antiguamente en Castilla la gaya ciencia, como parece por el libro que hizo della don Enrique de Villena, intitulándola a don Iñigo López de Mendoza, señor de Hita, etc. Síguese algunos vocablos y cosas de este libro]

[...] Por la mengua de la ciencia todos se atreven a hacer dictados, solamente guardada la igualdad de las sílabas y concordancia de los bordones, según el compás tomado, cuidando que otra cosa no sea cumplidera a la rítmica doctrina. Y por esto no es fecha diferencia entre los claros ingenios y los oscuros. [...]

[...] Maguer otras cosas arduas, vindicasen a sí mi intento, así que un trabajo fuese reposo de otro trabajo [La traslación de Virgilio que hacía don Enrique de Villena de la Eneida]. [...]

Y quise dirigir este tratado a vos, honorable y virtuoso caballero don Iñigo López de Mendoza, pues que mis obras, aunque impertinentes, conozco a vos ser placibles y que vos deleitáis en hacer dictados y trovas, ya divulgadas y leídas en muchas partes. Y por mengua de la gaya doctrina, no podéis transfundir en los oidores de vuestras obras las excelentes invenciones que natura ministra a la serenidad de vuestro ingenio con aquella propiedad que fueron concebidas. Y vos, informado por el dicho tratado, seáis originidad donde tomen lumbre y doctrina todos los otros del reino que se dicen trovadores para que lo sean verdaderamente. [...]

Tomaréis algún depuerto [...]

El consistorio de la gaya ciencia se formó en Francia en la ciudad de Tolosa por Ramón Vidal de Besaldú [...]

Esmerándose con aquellas reglas los entendidos de los groseros [...]

Este Ramón, por ser comenzador, no habló tan cumplidamente. Sucedióle Jofré de Foxá, monje negro, y dilató la materia, llamando a la obra que hizo Continuación del trovar.

Vino después de este Berenguer de Noya e hizo un libro de figuras y colores retóricos. Después escribió Guilielmo Vedel de Mallorca la Summa vitulina.

Con este tratado, porque durase la gaya ciencia, se fundó el colegio de Tolosa de trovadores, con autoridad y permisión del rey de Francia, en cuyo territorio es. Y les dio libertades y privilegios y asinó ciertas rentas para las despensas del consistorio de la gaya doctrina. Ordenó que hubiese siete mantenedores que hiciesen leyes [etc.] [...]

Hicieron el tratado intitulado Leyes de amor, donde se cumplieron todos los defectos de los tratados pasados.

Este era largo, por donde Guillén Moliner le abrevió e hizo el Tratado de las flores, tomando lo substancial del libro de las Leyes de amor.

Después vino fray Ramón de Cornet e hizo un tratado en esta ciencia, que se llama Doctrinal. Éste no se tuvo por tan buena obra, por ser de persona no mucho entendida. Reprendiósela Johán de Castilnou.

[asumando]

Los vicios esquivadores, id est que se deben esquivar.

[Después déstos no escribió otro, hasta don Enrique de Villena].

[...]

Tanto es el provecho que viene de esta doctrina a la vida civil, quitando ocio y ocupando los generosos ingenios en tan honesta investigación, que las otras naciones desearon y procuraron haber entre sí escuela d’esta doctrina. Y por eso fue ampliada por el mundo en diversas partes.

A este fin el rey don Joan de Aragón, primero de este nombre, fijo del rey don Pedro segundo, fizo solemne embajada al rey de Francia, pidiéndole mandase al colegio de los trovadores que viniesen a plantar en su reino el estudio de la gaya ciencia y obtuvolo. Y fundaron estudio de ello en la ciudad de Barcelona dos mantenedores que vinieron de Tolosa para esto, ordenándolo d’esta manera: que hubiese en el estudio y consistorio de esta ciencia en Barcelona cuatro mantenedores, el uno caballero, el otro maestro en teología, el otro en leyes, el otro honrado ciudadano. Y cuando alguno de éstos falleciese, fuese otro de su condición elegido por el colegio de los trovadores y confirmado por el rey.

En tiempo del rey don Martín, su hermano, fueron más privilegiados y acrecentadas las rentas del consistorio para las despensas hacederas, así en la reparación de los libros del arte y vergas de plata de los vergueros que van delante los mantenedores y sellos del consistorio, como en las joyas que se dan cada mes y para celebrar las fiestas generales. E hiciéronse en este tiempo muy señaladas obras, que fueron dinas de corona.

Después de muerto el rey don Martín, por los debates que fueron en el reino de Aragón sobre la sucesión, hubieron de partir algunos de los mantenedores y los principales del consistorio para Tortosa y cesó lo del colegio de Barcelona [...]

Fue después elegido el rey don Fernando, en cuyo servicio vino [don Enrique de Villena, el cual procuró] la reformación del consistorio y señaláronle por el principal de ellos [...]

Las materias que se proponían en Barcelona estando allí [don Enrique]: algunas veces loores de santa María, otras de armas, otras de amores y de buenas costumbres [...]

Y llegado el día prefigido, congregábanse los mantenedores y trovadores en el palacio, donde yo posaba. Y de allí partíamos ordenadamente con los vergueros delante y los libros del arte que traían y el registro ante los mantenedores. Y llegados al dicho capítulo, que ya estaba aparejado y emparamentado derredor de paños de pared, y fecho un asentamiento de frente con gradas, en do estaba [don Enrique] en medio y los mantenedores de cada parte, y a nuestros pies los escribanos del consistorio; y los vergueros más bajo y el suelo cubierto de tapicería. Y hechos dos circuitos de asentamientos, en do estaban los trovadores, y en medio un bastimento cuadrado tan alto como un altar, cubierto de paños de oro, y encima puestos los libros del arte y la joya. Y a la manderecha estaba la silla alta para el Rey, que las más veces era presente, y otra mucha gente, que se ende llegaba.

Y fecho silencio, levantábase el maestro en teología, que era uno de los mantenedores, y hacía una presuposición con su tema y sus alegaciones y loores de la gaya ciencia y de aquella materia que se avía de tratar en aquel consistorio. Y tornábase a sentan. Y luego uno de los vergueros decía que los trovadores allí congregados expandiesen y publicasen las obras que tienen fechas de la materia a ellos asignada. Y luego levantábase cada uno y leía la obra que tenía fecha en voz inteligible. Y traíanlas escritas en papeles damasquines de diversos colores, con letras de oro y de plata e iluminaduras hermosas, lo mejor que cada uno podía. Y desque todas eran publicadas, cada uno la presentaba al escribano del consistorio.

Teníanse después dos consistorios, uno secreto y otro público. En el secreto hacían todos juramento de juzgar derechamente sin parcialidad alguna, según las reglas del arte, cuál era mejor de las obras allí examinadas. Y leídas puntuadamente por el escribano, cada uno de ellos apuntaba los vicios en ella contenidos. Y señalábanse en las márgenes de fuera. Y todas así requeridas, a la que era fallada sin vicios o a la que tenía menos, era juzgada la joya por los votos del consistorio.

En el público congregábanse los mantenedores y trovadores en el palacio. Y yo partía dende con ellos, como está dicho, para el capítulo de los frailes predicadores. Y, colocados y fecho silencio, yo les hacía una presuposición, loando las obras que avían fecho y declarando en especial cuál de ellas merecía la joya. Y aquella ya la traía el escribano del consistorio en pergamino bien iluminada y encima puesta la corona de oro. Y firmábalo yo al pie y luego los mantenedores. Y sellábala el escribano con el sello pendiente del consistorio. Y traía la joya ante mí. Y, llamado el que fizo aquella obra, entregábale la joya y la obra coronada, por memoria. La cual era asentada en el registro del consistorio, dando autoridad y licencia para que se pudiese cantar y en público decir.

Y acabado esto, tornamos de allí al palacio en ordenanza. E iba entre dos mantenedores el que ganó la joya. Y levábale un mozo delante la joya, con ministriles y trompetas. Y llegados al palacio, hacíales dar confites y vino. Y luego partían dende los mantenedores y trovadores con los ministriles y joya, acompañando al que la ganó fasta su posada.

Y mostrábase aquel aventaje que Dios y natura hicieron entre los claros ingenios y los oscuros [de donde parece que ventaje viene del vocablo italiano avante]. Y no se atrevían los ediothas [...]

[La definición de ciencia según Galter Burley en la Summa de las artes:] ciencia es cumplida orden de cosas inmutables y verdaderas [...]

Y acatando seis instrumentos, siquiera órganos, que forman en el hombre voces articuladas y literadas, es a saber pulmón con su continuo movimiento, sistolando y diastolando, recibiendo aire fresco hacia sí y lanzando el escalentado fuera del cuerpo por muchas partes, especialmente por la tracharchedía, que es la caña del resollo [etc.], percude, siquiera hiere el aire [...]

El segundo, paladar [...]

El tercero, lengua [...]

El cuarto, dientes, que por compresión hacen zizilar a atenuar el son, siquiera adelgazar.

El quinto, los bezos [...]

El sexto, la trachearchedía [...]

No son las voces articuladas en igual número cerca de todas las gentes, porque la disposición de los aires y sitio de las tierras disponen estos instrumentos por diversa manera. A unos dilatándoles la caña, y por eso hablan de gargüero; a otros, haciéndoles la boca de gran oquedad, y por eso hablan ampuloso; y a otros, haciendo las varillas...