Los secretos de las catedrales. Historia, ritos, prácticas religiosas

Los secretos de las catedrales. Historia, ritos, prácticas religiosas

von: A. Roversi Monaco

De Vecchi Ediciones, 2017

ISBN: 9781683255574 , 176 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 5,45 EUR

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Los secretos de las catedrales. Historia, ritos, prácticas religiosas


 

El origen de las catedrales


Marco histórico

La palabra catedral hace referencia a la iglesia principal de una diócesis, en la que se encuentra el púlpito del obispo, es decir, el trono, símbolo de su autoridad. En un principio, el término catedral también era utilizado para designar los edificios anexos al lugar de culto (palacio episcopal, baptisterio, vivienda de los canónigos, escuelas), mientras que, después, su uso quedó delimitado, de manera que incluía la iglesia y los lugares estrictamente unidos a ella, como el claustro, la biblioteca, el cabildo.

El uso del término catedral para denominar la iglesia-residencia del obispo aparece recogido desde el siglo VIII, pero no se impuso de forma decisiva hasta los siglos XII o XIII, al tiempo que se realizó la construcción de las catedrales más bellas y majestuosas en todas las ciudades europeas.

Abadías y catedrales

La construcción de las catedrales es un fenómeno estrictamente relacionado con los grandes cambios que tuvieron lugar entre los siglos XII y XIII en toda la Europa occidental. Durante este periodo, se asistió realmente a una auténtica explosión demográfica, al desarrollo de los intercambios comerciales y a una difusión creciente de la cultura. Los historiadores sitúan la causa de estos grandes cambios en el renacimiento de la ciudad y en la dominación cada vez más fuerte de los centros urbanos —abiertos al comercio— sobre el campo, cuya economía «feudal» se había caracterizado hasta entonces por cerrarse al exterior. La construcción de las catedrales se sitúa en este contexto: la catedral representaba en realidad el símbolo del mundo ciudadano, y al mismo tiempo, sobrepasaba los límites del centro urbano, puesto que el obispo residía en la ciudad pero dirigía una diócesis que se extendía también hacia el campo.

Notre-Dame de París. (© John Pole)

El renacimiento de los centros urbanos modificó las relaciones con el mundo rural, dominado entonces por las grandes abadías benedictinas, provistas de enormes patrimonios de terrenos agrícolas. Los grandes monasterios, aislados, parecidos a auténticas ciudadelas que vivían en autarquía, habían poseído hasta entonces, gracias a sus bibliotecas, en las que se copiaban y se conservaban los manuscritos antiguos, la primicia de la vida espiritual, cultural y artística.

Las catedrales tuvieron la misma importancia en la ciudad y, gracias a la presencia de las escuelas episcopales, se convirtieron, por su parte, en centros de civilización ya no reservados únicamente a los monjes, sino organizados y dirigidos por el clero secular, a la cabeza del cual se encontraba el obispo, y abiertos de este modo a todos los habitantes de la ciudad. De esta forma, además de las escuelas monásticas, florecían las escuelas catedrales, en las que se enseñaba filosofía y teología, como las famosas de París y Chartres. Incluso en Italia, donde la ciudad nunca había dejado de existir, se asentó en aquella época la independencia de los términos municipales: sus actividades se seguían desarrollando a la sombra de la catedral, cuya construcción era una de las empresas y de los motivos de orgullo mayor de los ciudadanos.

La catedral se convirtió así en el símbolo más visible, casi la síntesis de la cultura medieval, de los conocimientos arquitectónicos, artísticos y científicos de los hombres de los últimos siglos de la Edad Media, que a menudo se fueron perdiendo a lo largo de los siglos siguientes. En la catedral, considerada como «el espejo del mundo», convergían en realidad todos los saberes del tiempo que habían servido para construirla y que solían ser representados en los ciclos figurativos que adornaban el edificio.

CLERO REGULAR Y SECULAR

El clero regular está representado por las órdenes monásticas que viven en el respeto de la regla; el clero secular, en cambio, se mide con el siglo, es decir, con el mundo y con la vida cotidiana.

El nacimiento de las catedrales

Cuando hablamos de catedrales pensamos enseguida en la arquitectura gótica, que se caracteriza por el arco ojival, el impulso vertical de la construcción, los arbotantes y las vitrinas policromas. Este estilo nació en unos años en el norte de Francia, en particular en Île-de-France, hacia la mitad del siglo XII, y se extendió por toda Europa. En Italia, el encuentro con las tradiciones arquitectónicas anteriores, románicas y bizantinas, transformó en parte el gótico, y este adoptó una fisionomía particular.

A lo largo de los siglos XII y XIII, un verdadero frenesí de construcción se apoderó de Europa: sólo en Francia, se abrieron más de veinticinco obras, y esta cifra sólo afecta a las más importantes, habilitadas para que fueran las catedrales principales. Las dos catedrales más famosas de este periodo son, por supuesto, Notre-Dame de París y Notre-Dame de Chartres. Esto representa una enorme cantidad de trabajo y un esfuerzo económico muy intenso, que requería también una enorme mano de obra cualificada y costosa. Jean Gimpel calculó que, entre 1150 y 1350, Francia tuvo que extraer de sus canteras millones de toneladas de piedras para edificar ochenta catedrales, quinientas grandes iglesias y varios miles de pequeñas iglesias o edificios parroquiales. El Egipto de los faraones, a pesar de la masa de sus pirámides, no habría empleado una cantidad de piedras comparable a la que se utilizó en Francia. Un cronista de la época, Raoul Gabler, monje de Saint-Bénigne, en Dijon, sintetizó así este fenómeno: «Europa se cubrió entonces con un manto blanco de iglesias».

Es cierto que las catedrales ya existían antes de la aparición del gótico; sin embargo, las catedrales románicas, edificios majestuosos y muy bellos, se inspiraban en criterios de construcción muy diferentes. Además, la arquitectura románica está sobre todo relacionada con las grandes abadías y con los conjuntos monásticos, mientras que el gótico parece haber sido concebido para la ciudad y sus habitantes. Más adelante regresaremos a estos temas.

La constelación de la Virgen y la disposición similar de las catedrales que han recibido el nombre de Notre-Dame en tierra francesa

El patrimonio de conocimientos

Louis Charpentier, un erudito que estudió durante mucho tiempo el tema del nacimiento de las catedrales, considera que la aparición de la catedral gótica, la mayor expresión de la cultura medieval, constituye la conclusión y la cumbre de un largo proceso que maduró en el interior de las abadías románicas. El patrimonio de conocimientos que los monjes benedictinos conservan en sus monasterios parece haber encontrado de repente una vía, un canal de transmisión hacia el mundo externo al cenobita, alcanzando así el mundo de las ciudades y encontrando aplicación en las catedrales.

Este patrimonio cultural estaba constituido por lo que había sobrevivido al naufragio de la cultura clásica tras las invasiones bárbaras y la caída del Imperio romano: los valiosos conocimientos adquiridos del mundo romano y del mundo griego fueron en efecto salvados por los monjes benedictinos, que cultivaron en sus monasterios todas las ciencias heredadas de la Antigüedad. Estos monjes llevaron a cabo una obra meritoria de recuperación atenta de todas las formas de arte, así como de todas las ramas del saber, y al término de esta paciente búsqueda, supieron ofrecer a todo el mundo los resultados. La catedral gótica sería, por tanto, una especie de síntesis y, al mismo tiempo, el fruto mejor logrado de una larga gestación.

No obstante, parece casi imposible que en una época en la que la población era bastante reducida, y en la que, en general, se dedicaba todavía a trabajar la tierra, fuera posible encontrar en Francia a todos los artesanos necesarios para emprender una cantidad extraordinaria de edificios que comportaban un total dominio de técnicas de construcción refinadas y complejas. ¿Dónde se encontraron todos los obreros, maestros, talladores de piedra, escultores, carpinteros, herreros, y todos los demás artesanos que llevaron a término, juntos, una obra tan importante y tan enorme? Sin embargo, sólo con pensar en el gran número de obras iniciadas entre 1150 y 1350, es evidente que existía una reserva de trabajadores que podríamos definir como «cualificados» junto con la mano de obra indispensable para la construcción. Parece cierto que la formación de este «cuerpo de oficio» quedó garantizada por los benedictinos, poseedores de un rico patrimonio de conocimientos. No obstante, hay que pensar que, para retribuir a estos artesanos, se comprometieron sumas considerables, y que fue necesaria, en consecuencia, una financiación. Parece ser que la orden de los templarios desempeñó un papel decisivo en la consecución de estos recursos.

El segundo plano simbólico

Este libro no trata de las catedrales desde el punto de vista de la historia del arte, sino que pretende subrayar el significado de estos edificios y la influencia que pueden ejercer en cualquier persona, independientemente de su condición social o de su nivel cultural. El hecho de entrar en una catedral es una acción emblemática que provoca incluso sentimientos y efectos «objetivos» en la...