Los nacionalismos vascos y catalán - En la Guerra Civil, el franquismo y la democracia

Los nacionalismos vascos y catalán - En la Guerra Civil, el franquismo y la democracia

von: Pío Moa

Ediciones Encuentro, 2013

ISBN: 9788490552421 , 456 Seiten

Format: PDF, ePUB

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Preis: 9,99 EUR

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Los nacionalismos vascos y catalán - En la Guerra Civil, el franquismo y la democracia


 


PRIMERA PARTE: LA GUERRA CIVIL


Capítulo 1
INTERPRETACIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LA GUERRA CIVIL



La Guerra Civil es el dato crucial de la historia de España en el siglo XX, pues marca un antes y un después hasta hoy mismo. Sobre sus causas y carácter se han dado dos versiones esenciales, más una tercera propia de los nacionalismos separatistas. De acuerdo con la primera versión, muy difundida y de base marxista, la guerra surgió de la lucha de clases, del conflicto de intereses entre una «oligarquía privilegiada» (financieros, terratenientes, jerarquía militar y eclesiástica) y «el pueblo». La II República habría traído reformas tan beneficiosas para las «clases trabajadoras» como perjudiciales para la oligarquía, por lo que esta las saboteó por sistema hasta terminar rebelándose y triunfar después de tres años de lucha, con ayuda de Hitler y Mussolini.

La segunda versión deja de lado la lucha de clases y sostiene que el grueso de la derecha, lejos de sabotear la legalidad republicana, la aceptó pese a haberle sido impuesta sin consenso en 1931. Y que fueron las izquierdas y los separatistas quienes destruyeron su propia legalidad, su Constitución, generando violentos golpes revolucionarios que hicieron imposible la convivencia pacífica.

Aunque tras la emblemática caída del Muro de Berlín pocos se dicen marxistas, esa ideología, con su lucha de clases, sigue presente en numerosas versiones de la historia y la política. Pero la secuencia de los hechos no la abona. Así, los comunistas fueron los primeros en rechazar la República. Antes de un mes de proclamada esta, las izquierdas incendiaron más de cien iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza católicos. Luego tres insurrecciones anarquistas causaron dos centenares de muertos. Las izquierdas perdieron ampliamente las elecciones de 1933, prueba de que el pueblo llano apreciaba poco sus reformas. El PSOE, la Esquerra catalana y otras izquierdas respondieron a su derrota en las urnas declarándose en pie de guerra y lanzándose al asalto de la República en octubre de 1934, asalto tipificado por el propio PSOE como guerra civil para instaurar un régimen a la soviética: en las dos semanas que duró antes de ser vencida, la insurrección causó 1.300 muertos e ingentes daños materiales y culturales. En tal ocasión, las derechas en el poder demostraron su legalismo al defender al régimen en lugar de contragolpear para acabar de destruirlo. La derrota de las izquierdas no moderó a estas, y violentaron las elecciones de febrero de 1936 con motines y coacciones a un gobierno débil, para alzarse con una victoria fraudulenta. A continuación, desde el poder y la calle, impulsaron un proceso revolucionario que en solo cinco meses ocasionó más de 300 muertos, centenares de incendios de iglesias, quemas de registros de la propiedad, prensa y sedes derechistas, invasiones de fincas e incontables desmanes más. Las agresiones culminaron en el secuestro y asesinato del líder de la oposición, Calvo Sotelo, por fuerza pública y milicianos socialistas, última gota que desbordó el vaso de la indignación de una gran masa del pueblo, causando la rebelión derechista.

De acuerdo con esta segunda versión, las causas de la guerra habrían sido no unas reformas desdeñadas por el pueblo en las elecciones de 1933, ni una legalidad democrática ya arrasada por las izquierdas, sino un sangriento empuje revolucionario que amenazaba, entre otras cosas, la integridad de España y su tradicional cultura cristiana.

Y es indudable que, frente a esta serie, aquí muy abreviada, de violencias, solo sectores minoritarios de la derecha conspiraron contra la República. Así el golpe del general Sanjurjo en 1932, fácilmente abortado (Sanjurjo, por lo demás, fue decisivo en la llegada del régimen, al poner a la Guardia Civil a las órdenes del gobierno provisional republicano). Hubo otras conspiraciones, de relevancia casi nula, excepto la de Mola, ya en 1936, frente al imparable movimiento revolucionario. Las derechas gobernaron legalmente durante los años 1934 y 1935, llamados por la izquierda «Bienio Negro». Pese al acoso y a la insurrección izquierdistas de 1934, el año 1935 fue desde el punto de vista económico, y casi desde cualquier otro, el más próspero de la República.

Otro argumento contra la versión marxista: según ella, los partidos reflejaban intereses de las clases sociales, y por tanto algún partido representaría a la clase obrera. Pero al menos cuatro grupos pretendían esa representación: los comunistas, los socialistas, los anarquistas y el POUM. Pues bien, esos «representantes del proletariado» se libraron a una rivalidad feroz, con asesinatos y persecuciones que en plena guerra alcanzaron su apogeo en dos pequeñas guerras civiles entre ellos.

La segunda versión de la guerra centra el peso explicativo en el aspecto legal y suena mucho más razonable. En toda sociedad actúan y compiten variados intereses, fuerzas, sentimientos y aspiraciones, lo que exige la presencia y respeto de la ley, para evitar un caos de colisiones entre unos y otros, o la tiranía. Las izquierdas, como es sabido, hicieron una Constitución a su gusto, y ellas mismas la destruyeron violentamente por diversas causas. A la derecha no le quedó otro remedio que sublevarse para no ser definitivamente excluida y aplastada, como no se recataban en amenazar sus contrarios.

La Constitución era solo a medias democrática, pues no fue consensuada con partidos representativos de gran parte del pueblo, agredía los sentimientos religiosos de la mayoría, cercenaba la libertad de enseñanza y reducía al clero a ciudadanos de segunda. La derecha principal, la CEDA, pensaba cambiar la Constitución por vías legales. Por lo demás, está claro que las izquierdas no eran democráticas en sus metas ni en sus medios, y lo demostraron en la práctica aunque alzasen propagandísticamente la bandera de la democracia. Las derechas lo interpretaron como imposibilidad de una democracia en España (realmente se hallaba en crisis en toda Europa), y durante la guerra instalaron un régimen autoritario, visto por unos como definitiva superación tanto del socialismo como del liberalismo, y por otros como una solución excepcional a una crisis excepcional. Por tanto, la democracia no jugó papel alguno en ningún bando.

Finalmente se ha ponderado mucho la ayuda de la Alemania nacionalsocialista y de la Italia fascista al bando de Franco, suponiendo que ello equiparaba a los tres regímenes. Otra versión carga las culpas sobre Francia e Inglaterra, que por motivos espurios habrían desamparado a la democracia representada en el Frente Popular. Los datos conocidos colisionan, nuevamente, con tales explicaciones. El Frente Popular se compuso, de hecho o de derecho, de estalinistas, marxistas revolucionarios del PSOE y anarquistas, como fuerzas principales. A su lado lucharon, en segundo plano, los republicanos de izquierda, que habían respondido a las urnas en 1933 con intentos de golpes de Estado, los separatistas catalanes, igualmente golpistas, y los separatistas vascos, de un racismo extremado. Naturalmente ni juntas ni por separado podían estas fuerzas presentarse como democráticas salvo como maniobra táctica, y los gobiernos de París, y sobre todo de Londres, eran bien conscientes de ello. No «abandonaron» a ninguna democracia, sino a un régimen revolucionario violento en extremo. Fue natural, en cambio, que recibiera el mayor apoyo del Moscú comunista.

Tampoco puede compararse la actitud de Franco hacia Hitler y Mussolini con la del Frente Popular hacia Stalin. Hitler no había emprendido aún la política de crímenes y genocidio de la guerra mundial, y Mussolini nunca lo hizo, mientras que Stalin ya acumulaba una cordillera de cadáveres. Además, Stalin pudo condicionar y orientar decisivamente la política del Frente Popular, mientras que Franco se mantuvo en todo momento independiente de sus aliados de ocasión, declarando incluso su intención de permanecer neutral en la guerra europea que se avecinaba. Intención que por otra parte cumplió. Moral y políticamente fueron dos tipos de relación muy distintos.

En fin, vale la pena reseñar el juicio de los «padres espirituales de la República», como se llamó a Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, firmantes de un influyente manifiesto republicano en 1931. Ortega criticó ácidamente la frivolidad de los intelectuales extranjeros que se adherían a una imaginaria democracia del Frente Popular. De Einstein dijo: «Usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que le lleva a esa insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que el mundo vaya hoy a la deriva, falto de pouvoir spirituel». Pérez de Ayala describía con crudeza a los republicanos en conjunto: «Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Nunca pude concebir que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza»; Marañón clama: «¡Qué gentes! Todo es en ellos latrocinio, locura, estupidez. Han hecho, hasta el final, una revolución en nombre de Caco y de caca»; «Bestial infamia de esta gentuza inmunda»; «Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?»; «Horroriza...