Breve Historia de la guerra de Ifni-Sahara

von: Carlos Canales Torres, Miguel del Rey Vicente

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497639729 , 288 Seiten

Format: ePUB

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Breve Historia de la guerra de Ifni-Sahara


 

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Ifni-Sáhara: historia de una obsesión

La primera sorpresa que recibe el que visita Ifni por primera vez es la de encontrarse con un territorio enmarañadamente montañoso en el que la climatología y la vegetación confirman las características ya apuntadas de transición entre la montaña magrebí y el desierto. Pero no es así. Cuando se recorre con detalle el interior se descubren, además de una tierra agreste y dura provista de una vegetación en su mayor parte cactiforme, amplias llanuras con paisaje típico de la llanura subsahariana.

(…)

El Sáhara no fue nunca tierra sumisa a nadie; siempre sus moradores actuaron a sus anchas, sin impuestos, leyes ni deberes que les ataran a un Majzen constituido. Tierras habitadas desde tiempos remotísimos por bereberes senhayas, siempre se sintieron libres de cualquier poder, excepto aquél que formaban las confederaciones de tribus que se aliaban con un fin bélico determinado y que trajo consigo en el siglo XI la revolución almorávide, que fue la fuente que aunó las aguas dispersas de la discordia entre tribus enzarzadas en continuas guerras. La islamización, por consiguiente, no vino de invasiones violentas, sino más bien de la de santones y morabitos, pacientes maestros del Corán y sus enseñanzas.

Ifni y Sáhara, una encrucijada en la historia de España. Mariano Fernández-Aceytuno.

EL SÁHARA Y LA TIERRA DE LOS AIT BA AMRAN. DE LOS REYES CATÓLICOS A CARLOS III


Existe una tierra al este de las Canarias que, desde los primeros asentamientos de los castellanos en el siglo XV, ha sido siempre muy buscada por los pescadores como abrigo o lugar de descanso. Es un lugar seco y duro, pero en el mar es más tranquilo, y es un buen sitio para reponerse de las inclemencias del océano y para pescar con tranquilidad. Más al norte la costa es dura y escarpada y mucho más peligrosa. Las costas de este mar tranquilo fueron conocidas por los portugueses como «Río de Oro» desde 1442, cuando sus naves bajaban más y más hacia el sur en sus constantes exploraciones en busca de oro y esclavos.

Esta costa y el territorio que se extiende hacia el interior estaba habitado, y aún lo está, por tribus de origen beréber que llegaron a la región hace miles de años, cuando el actual desierto era un vergel, con agua, ríos y lagos y animales como los que hoy solo se encuentran muchísimo más al sur, y aunque España siempre tuvo un interés estratégico y comercial en la región, por estar enfrente de las islas Canarias, durante unos años, entre el siglo XIX y el siglo XX, ejerció un poder soberano directo en la zona, tras consumir dinero, energía y sangre, en la que iba a ser la última de nuestras aventuras coloniales. Este territorio pasó para siempre a la historia de España con la denominación de Sáhara Occidental, conocido también en todo el mundo como el Sáhara Español.

Más al norte se encuentra una zona que jamás hubiese dispuesto de una historia diferente y singular del resto de la región de la que forma parte si no hubiese sido porque la presencia española en el siglo XX, durante treinta y cinco años —de 1934 a 1969—, la dotó de un protagonismo y una originalidad que el territorio y sus pobladores no le habían conferido. Ese territorio es conocido en nuestra historia con el nombre de Ifni, y la presencia española en sus costas tenía ya una larga tradición.

Los antecedentes de la reclamación española se remontaban a 1476, cuando Diego García de Herrera, después de conquistar las Canarias y vender sus derechos feudales sobre ellas a los Reyes Católicos, se estableció en las costas del denominado por entonces Mar Menor de Berbería, sobre una fortaleza a la que puso el nombre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, que en realidad estaba situada en lo que hoy llamaríamos Sáhara Occidental.2 El lugar era bueno para sus intereses, le permitía acceder a los esclavos que necesitaban en las islas para las plantaciones de caña. Cuenta B. Bonet que:

Diego de Herrera una vez que obtuvo el título de señor de las partes de Berbería mandó construir en 1478 una torre en el lugar que consideró más idóneo: la bahía de Puerto Cansado, magnífica ensenada situada a unos 45 km al NE de Cabo Juby, protegida del fuerte mar por una barrera de arena y con escasa profundidad en marea baja, que dificultaba las operaciones de las embarcaciones de gran porte. Esto le confería a la torre un gran valor estratégico que se vería corroborado más tarde durante los asaltos y asedios que sufrió a lo largo de su existencia. A través de esta fortificación se llevó a cabo un considerable tráfico comercial con las tribus bereberes de la región, del que, por supuesto, siempre salían beneficiados los cristianos: oro y esclavos a cambio de plata y pan. Sin embargo, hay que señalar que la empresa a la postre no resultaría todo lo rentable que se deseaba. A nuestro entender, el principal fallo consistió en extrapolar las torresfortalezas que tan buen resultado habían dado en la conquista de Canarias: Rubicón, del Conde, Gando, Añaza, etcétera, a una región continental con unas características totalmente diferentes a las insulares.

La ocupación de Ifni, obra de Carlos Sáez de Tejada, que representa la llegada de los españoles al territorio africano en 1934, durante el periodo de la II República. Allí permanecerían treinta y cinco años.

Lo que fue solo una ocupación de hecho se convirtió a partir del 4 de septiembre de 1479, con el tratado de Alcaçovas, en algo de pleno derecho. Por el convenio, Castilla reconocía a Portugal sus posesiones en Fez y la costa de Guinea y, a cambio, Portugal reconocía la de Canarias para la Corona española.

El reparto africano se alteró con el descubrimien to de América, lo que obligó a ambas potencias a solventar sus discrepancias con el tratado de Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494. En él, además de los límites atlánticos se establecían los del norte de África: Portugal se quedaba con el reino de Fez y Castilla con el de Tremecen, las ciudades de Melilla y Cazaza y la costa africana frontera con las Canarias, desde el cabo Bojador hasta el cabo Güera y la desembocadura del río Messa.

Las disputas por los límites del reino de Fez y la costa fronteriza de Canarias llevaron a castellanos y portugueses a una nueva reunión: la convención de Cintra de 1509. Allí se estableció que la zona española en el norte de África comenzaba seis leguas al oeste del peñón de Vélez de la Gomera y se extendía hacia el este. Portugal tendría desde ese límite hacia el oeste, con toda la costa occidental menos la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, cuyos derechos de posesión se reconocían a España plenamente.

En 1524, cuando los cherifes continuaban extendiendo su poder en el sur de Marruecos, Santa Cruz de la Mar Pequeña fue asaltada, tomada y abandonada por España, tanto que en 1698 fue desestimado un proyecto de ocupación de la misma por parte de los hugonotes quienes, tras ser expulsados de Francia, se habían extendido por diversos países e hicieron una propuesta en ese sentido al embajador español en Londres.

En 1765, bajo el reinado de Carlos III, el célebre marino Jorge Juan fue encargado de reabrir con el sultán Muley Mohammed el asunto de la antigua plaza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, tantas veces solicitada por los pescadores canarios y sobre la que se cernía ahora la amenaza de un aventurero inglés llamado George Glass que se había apoderado de ella. Glass había establecido contactos de forma privada con los nómadas saharauis desde Canarias, por lo que el rey ordenó su arresto al comandante general de las islas, Domingo Bernardi.

Aunque una vez detenido, los saharauis tomaron y asaltaron de nuevo la fortaleza. Sus estudios sobre la riqueza pesquera del banco sahariano y el positivo informe de Bernardi provocaron en las negociaciones con Muley Mohammed un mayor interés por la instalación de la factoría en un lugar de la costa del Sáhara que podría ser Puerto Cansado, donde se encontraba la fortaleza Santa Cruz de la Mar Pequeña, o en las desembocaduras del Uad Draa o del Uad Chebeica.

El acuerdo se consiguió con el Tratado de Paz y Comercio del 28 de mayo de 1767, pero a pesar de la persistente insistencia de los pescadores canarios no llegó a llevarse a cabo.

El tema de Santa Cruz de la Mar Pequeña reapareció en el Tratado de Paz y Amistad que España firmó con Marruecos el 26 de abril de 1860, tras su victoria en la guerra de África.3

Leopoldo O’Donnell, canario, general en jefe del ejército que acababa de derrotar a Muley Abbas, consciente de la necesidad de tener en la costa saharaui una factoría que apoyara la pesca y que permitiera una seguridad permanente en las islas, negoció directamente con el príncipe marroquí la devolución del territorio. El artículo VIII del Tratado, aceptado y rubricado por el sultán de Marruecos y la reina de España, decía lo siguiente:

Su Majestad Marroquí se obliga a conceder a perpetuidad a su Majestad Católica, en la costa del océano, junto a Santa Cruz la Pequeña, el territorio suficiente para la formación de un establecimiento de pesquería como el que España tuvo allí antiguamente. Para llevar a efecto lo convenido en este artículo se pondrán previamente de acuerdo los gobiernos de Su Majestad la Católica y Su Majestad Marroquí, los cuales deberán nombrar comisiones por una y otra parte para señalar el terreno y límites que debe tener el referido establecimiento.

El...